En el camino hacia ninguna parte
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-Y ¿cómo sabes tú si yo estoy loca? le preguntó Alicia.

-Has de estarlo a la fuerza -le contestó el Gato-, de lo contrario no habrías venido aquí. "

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martes, 27 de noviembre de 2007

Cuento 8

Comienzo


Todo comenzó una helada mañana de diciembre. A las 7.51 a.m en cualquier edificio de alguna ciudad, se arañó ligeramente el cristal de la ventana, hasta formarse una diminuta grieta. Algo lo empujaba desde detrás y le obligaba a romperse. Primero asomó timidamente la cabecita y luego una fina rama... y después otra. Y otra más. Era el tallo de la planta q había ido creciendo en el interior de un osito de peluche, a la vez q su corazón. No sabe como empezó, tal vez hubiera sido una pelusa, o algún trozo de plástico roto lo q había rodado hasta el olvido de debajo de la cama y se le había metido entre pecho y espalda. Tal vez, simplemente se sentía solo y había estado cogiendo retazos de historias y se los había guardado en la fina memoria del algodón q lo envolvía. Fuera como fuese, aquello había empezado a crecer cada día más. El susto inicial, había pasado a ser una situacion de comodidad y calor, por lo q había dejado q la pequeña semilla creciese hasta q se le escapó. Del pecho, digo. Y salió por la ventana esa mañana de invierno.
Cada vez con más soltura fue desenrredándose y atravesando la ciudad. El osito, impotente, miraba como el orígen de sus cuidados y sus mimos se escapaba y le arrastraba tras él. "no, no, no" pensaba "se me ha ido de las manos!". Y así, hora tras hora y con una angustia creciente, el osito se asomó por el alféizar y vio como el principio de lo que había siendo un peqeño brote, ya no se encontraba a su vista.
Hasta q notó como ese inicio se encontraba con algo, y no pudo hacer menos que sonreir esperando verlo.
Porq desde algún lugar, en otra parte, al igual q en esa ventana, otro recuerdo olvidado había empezado a crecer buscando un complemento.

Y esq ellos, q siempre han estado separados, tenían ganas de estar juntos.


lunes, 26 de noviembre de 2007

Cuento 7

A trozos


Iba por la calle, cuando de repente estornudó. Y así sin más, notó un fuerte tirón en el brazo derecho.
-Ay! que asco de tiempo- murmuró mientras echaba mano al bolsillo para sacar el pañuelo y sonarse la nariz helada. Cuál no sería su sorpresa, cuando se dio cuenta de q por más q enviaba a su cerebro la señal de mover el brazo, no notaba q éste fuera a ninguna parte. Miró desconcertada el lugar donde tendría q estar la extremidad, pero allí... allí no había nada. Se dio la vuelta, y lo vio. Mírala! tirada en el suelo, al lado del semáforo estaba su mano con el correspondiente húmero, cúbito, rádio, tendones y músculos. Se quedó perpleja mientras comprobaba q, en efecto, era suya. La miró y se remiró por si acaso había algun error y resultaba q su brazo seguía en su sitio y ella no se había dado cuenta. No había duda. Se encogió el hombro resignadamente, y se volvió a encajar su extremidad, con más torpeza q otra cosa. Al principio le preocupaba, aunq al cabo de un par de minutos de total normalidad, se le olvidó y volvió a centrarse en datos estadísticos más o menos complejos propios de cualqier ser humano treintañero con un título de licenciado en económicas colgado encima de la televisión (y cuánto más se viese, mejor). Entró en su BMW como siempre (pongamos q era algo más q mileurista) y arrancó, dejando atrás un par de pichones intoxicados por su flamante coche. Después de una hora y media de atasco para salir de la avenida de América, llegó a su no menos flamante oficina. Aparcó, y al bajar... plas! notó un nuevo tirón a la altura de la ingle. Después de 3 metros arrastrándose por el suelo, se dio cuenta de q algo no funcionaba. Volvió la cabeza, y allí estaba la muy puta de su pierna, como riéndose de ella. Más furiosa q extrañada, se dio la vuelta y se la colocó; ya empezaba a acostumbrarse a tanto quita y pon.
Nadie en la oficina se había dado cuenta de nada. "mejor así" se dijo, "menos preguntas, más productividad".
Al regresar a su casa, ya le había dado tiempo a caérsele el tercer dedo de la mano derecha, la oreja izquierda, 3 veces una ceja, y de camino al baño se había dejado medio cuerpo de cintura para abajo sentado en la silla. Nada de esto, por supuesto, tenía la más mínima relevancia, excepto cuando se olvidó la cabeza sobre el lavabo del baño al ir a retocarse el maquillaje. Qué humillante para ella! como si se dijese q no tiene nada encima de los hombros (recolocados, claro está).
No quedaba ni una sola foto en toda la casa. Todas estaban guardadas en un cajón bajo el listín telefónico de Madriz zona sur 2002. Al quitarlo para buscar la receta de como hacer la tortilla de lombarda de su abuela, aparecieron esos cachitos de la historia, y notó como el corazón se le caía a pedazos. Fue una sensacion desagradable, de vacío, como si le faltase algo. Se movió un poco y oyó el retumbar como piezas de cristal a la altura de los riñones. Sin embargo, era gracioso el tintineo q hacía al andar. "Algo menos de lo q preocuparse" pensó mientras apartaba al pie del sofá todas las fotos boca abajo. Después de hacer la cena, bajó a comprar tabaco, y al salir a la calle... zas! el más leve golpe de aire hizo q se le desfigurase la cara, el tronco, las piernas... hasta q se deshizo entera y no fue más q unos pocos trozos desencajados a la luz de una farola.






domingo, 25 de noviembre de 2007

Cuento 6

Sinestesia

De reojo noté como me miraba. No era una mirada de rencor, ni de simpatía. De hecho no era una mirada de nada, y nosotros nos pensamos q si, cuando realmente expresan menos de lo q queremos entender. Aún así, le agarré y le di la vuelta mirando contra la ventana.
No me gustan las miradas indiscretas.
NisiQuiera las de un peluche.